martes, 25 de febrero de 2014
Héctor Báez |
De esa manera define Rafael Torres, cercano amigo, a quien por sus
méritos deportivos llenó una de las páginas más brillantes en la
historia del baloncesto de la República Dominicana: Héctor Báez.
Al abandonar el mundo material y pasar a otros estados, las expresiones
de gratitud a su labor como jugador, entrenador y gerente han llovido
con tanta intensidad como si de una tormenta tropical se tratara.
Héctor nunca se dobló cuando fue una figura clave para que la República
Dominicana lograra la medalla de oro en el Centrobasket de Panamá en
1977 venciendo a potencias como Panamá y Puerto Rico.
Nunca se dobló cuando, en preparación para los Juegos Panamericanos de
Caracas (1983), tuvo que enfrentar junto a la selección nacional en un
partido de fogueo a los Estados Unidos encabezados por Michael Jordan,
quien luego se convertiría en el mejor baloncestista de la historia.
Báez nunca se dobló cuando ayudó al equipo de San Lázaro a romper una
racha de 16 años sin obtener una corona en el baloncesto superior
distrital con un doble coronación en las temporadas de 1991 y 1992.
Tampoco se dobló cuando estuvo en la que ha sido la más importante
presentación de una selección dominicana: la medalla de plata lograda en
los Juegos Panamericanos de 2003 y en la cual fungió como su entrenador
principal.
Héctor no se dobló cuando, al asumir el puesto como gerente general,
cambió “medio equipo” de los Cañeros de La Romana que venían de perder
17 de 20 partidos en la temporada de la LNB en 2011 tras ganar el
campeonato el año anterior.
Las transacciones dieron tal resultado que, superando a los Metros de
Santiago en la semifinal y Los Indios de San Francisco de Macorís, los
Cañeros volvieron a conseguir el título en la temporada de 2012.
Firme en sus opiniones, pero respetuoso del trabajo de los demás, tal
vez fue una especie de “incomprendido” en una sociedad tan flexible e
irresponsable -en ocasiones- como la dominicana.
Como jugador
Con 6-5 de estatura, fuertes piernas y largos brazos en la década de
1970 era un delantero de poder que llegó de sus estudios en Fordham
University para integrarse al club San Lázaro. Estuvo con los equipos
campeones de 1974 y 1976 con los lazareños con los que jugó hasta 1983.
Regresó en 1986 con San Carlos para lograr los títulos de 1987 y 1988.
Ya era un jugador que, aunque siempre tuvo un buen toque de distancia,
había extendido su radio de acción hasta “detrás de la curva” y atacaba
con efectividad, aunque a veces con irresponsabilidad, desde el área de
los tres puntos.
En 13 años y 129 partidos de vuelta regular promedió 12.5 puntos con 643
rebotes, 135 asistencias, 45 por ciento en lances de campo y 41 por
ciento en tiros de tres.
En el baloncesto superior de Puerto Rico vio acción con los equipos de
Arecibo, Caguas, Isabela y Coamo. Su mejor año fue en 1980 cuando con el
primero promedió 14.9 puntos y 6.4 rebotes.
Como dirigente
En 1993 entrena la selección nacional de mayores que queda con marca de
0-4 en el premundial en San Juan. En 1995 y 1996, contando con la
asistencia de Hugo Cabrera, llevó a los lazareños a ganar títulos
seguidos con una impresionante marca combinada de 8-1 frente al
Mauricio Báez.
Regresó con éxito al equipo nacional con sendas medallas de plata en el
Centrobasket y los Juegos Panamericanos de 2003. En el Preolímpico -al
que no asistieron varias estrellas del combinado- tuvo una foja de 2-6.
En 1994 también entrenó a un exitoso equipo juvenil criollo que llegó a
ser medallista de plata en el área centroamericana.
Como gerente
A partir del 2006 estuvo en distintas etapas como director del proyecto
de selecciones nacionales que vio desfilar a entrenadores de la talla de
Scott Roth, Erick Musselman y Phil Hubbard.
Inclusive en una ocasión llegó a aspirar a la presidencia de la
Federación Dominicana de Baloncesto (Fedombal) cuando Julio Subero optó
por la reelección.
En la LNB, además de entrenador, fungió como asistente o asesor de los
Leones de Santo Domingo y los Cocolos de San Pedro de Macorís.
Durante muchos años estuvo formando a los nuevos valores a través de su
escuela “EBA-HEBA” en la ciudad de La Romana. Además de ser protagonista
de uno de los intentos de organizar un Colegio Dominicana de
Entrenadores.
El espacio se hace corto para abarcar toda la trayectoria de Báez que
parte del mundo que conocemos, pero lo hace con la satisfacción del
deber cumplido -tal vez no reconocido en su justa dimensión- y deja en
la mente y el corazón de los que lo trataron, de los que ayudó y de los
que contribuyó a que aprendieran el deporte del aro y el balón, una
inmensa gratitud por sus acciones, a veces no comprendidas, pero dignas
de un hombre que, hasta su final, nunca se dobló.
Alex Rodriguez / LD.
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