Si
bien la gran estatura llevó a Tito Horford a dar el salto del Ingenio
Santa Fe a la NBA, de la pobreza a la riqueza, del anonimato a ser una
persona muy conocida, también es cierto que le acarreó muchas
dificultades en el diario vivir.
Sus problemas comenzaban aún
antes de levantarse -o pararse- del suelo, donde debía dormir sobre una o
dos colchas pegadas que le habilitaba su madre Ana Graciela.
Desde que era un mozalbete las
piernas se le salían de los colchones standard. A los 15 años medía 6.9 y
calzaba 15. A ello se agregaban las burlas de sus amigos y conocidos de
infancia, quienes le decían “Mata de Coco”.
Conseguir ropas y calzados era
bien difícil, así como el implacable rechazo de las féminas cuando las
invitaba a bailar en las fiestas. “No, no... yo no puedo bailar contigo
porque tu cintura me da por los senos”, relata Tito que le respondían.
“La ropa mis padres tenían que
mandármela a hacer. Salía más cara y por eso duraba demasiado tiempo
usándola”, señala el que posteriormente hizo historia al convertirse en
el primer dominicano que jugó en la NBA.
“Con los zapatos era peor porque el size más grande que había en las tiendas era trece”, declara Horford.
Con satisfacción, rememora que
en 1980 Ricardo Carty envió desde Estados Unidos unos tenis grandísimos
marca Pony. Su padre Alfred se la agenció y se trasladó desde el ingenio
Santa Fe al centro de la Sultana del Este con la finalidad de comprar
todos los que estuvieran disponibles.
Como casi no le servían a nadie,
pudo conseguir nueve. “En estos días lo ví y le dije ‘usted me salvó la
vida’. Fue una bendición para mí porque no tenía ni tenis ni zapatos”,
refiere que a manera de agradecimiento le comentó al Rico en un casual
encuentro que sostuvieron en esa ciudad.
Los carros públicos no los montaban
Cuando
él y Vargas fueron reclutados por el club Naco tuvieron que seguir
conviviendo con los incovenientes que encontrarían en la Capital.
“Aquí mismo, al principio de mi carrera, los carros públicos no querían montarnos por el tamaño”, revela.
Para ser más gráfico, Tito puso
sobre el piso una de sus rodillas para mostrar la forma como aguardaban
en las aceras de la avenida 27 de Febrero por los vehículos del
transporte público. Refiere que muchas veces los “conchos” se detenían,
pero al verlos bien continuaban la marcha.
Para evitarles ese problema que a
diario confrontaban, principalmente cuando se proponían asistir a
clases en el colegio Evangélico Central, donde estudiaban becados, el
club dispuso comparles una bicicleta duplex para que se transportaran.
El problema se resolvió pese a
que eran el hazmerreir de todo el que veía a esas dos simpáticas figuras
uniformados y con las mochilas en la espalda dando pedales para asistir
al colegio.
Al plantel no se podía asistir
con tenis, pero con ellos hicieron una excepción. Los dolores de
espaldas eran frecuentes, además, porque de la rodilla para abajo se les
salían las piernas de las camas que habían en el apartamento que les
rentaron en la calle Heriberto Peter. Eso le dificultaba conciliar el
sueño.
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